En los últimos años se ha ido escuchando que los pollos de granja son “criados con hormonas”. Estas consideraciones incorrectas se han vuelto más frecuentes, especialmente con el aumento del incentivo de que nosotros, seres humanos, debemos consumir alimentos producidos de “forma natural”.
Aseveraciones de este calibre, donde se indica el uso de sustancias indebidas en la alimentación de los pollos, en especial las hormonas que promueven este crecimiento, me motivan a escribir estas líneas.
Puedo indicar que es importante que afirmemos frente a la opinión pública, y en particular al lector de este periódico, que la avicultura mundial NO usa hormonas como aditivos en las dietas de pollos.
Nace la pregunta: ¿Cómo explicar que un pollo criollo crece en seis meses y uno de granja en 45 días? Para empezar hay que decir que el progreso en relación con el rendimiento de las aves se basa fundamentalmente en una intensa actividad de investigación en las áreas de genética, nutrición, sanidad, y en el entendimiento de las relaciones de estos conocimientos a través del manejo de la producción de los animales.
Los pollos son los animales domésticos que cuentan con el mayor número de investigadores trabajando para conocerlos y producirlos mejor. Inclusive es significativo el número de informaciones que se han obtenido de estos estudios y que se han pasado a aplicar en la producción de otros animales domésticos.
Como resultado, se han obtenido pollos con la capacidad genética de transformar los alimentos que consumen en la mayor cantidad de carne.
¿Será cierto? Ya a fines de la década del setenta, los investigadores, a partir de los datos de rendimiento observados, podían prever que los pollos, año a año, necesitarían de un día menos para alcanzar el mismo peso obtenido el año anterior. Esta estimativa ha sido confirmada y, a lo que todo indica, por lo menos por algunos años más se continuarán observando estos valores.
No obstante, para los no especialistas este desarrollo no es posible en condiciones normales y se justifica mediante el uso de sustancias anabolizantes llamadas hormonas. Esta observación es incorrecta. Es falsa. La razón para tal desarrollo es simple de entender. Es especialmente a través del mejoramiento genético que se alcanzan estos niveles de productividad. En la práctica, en las líneas genéticas industriales, la selección de las aves se realiza a través de la elección de los grupos de animales mejor dotados.
En dicha selección, animales con menor velocidad de crecimiento y transformación de alimentos van siendo descartados y solamente los más calificados son seleccionados para formar parte del grupo que servirá de base genética para la próxima generación de pollos de engorde.
Como las evaluadas son numerosas, la presión selectiva se eleva anualmente cada vez más, conllevando progresos muy significativos del rendimiento que son poco comparables a otras especies domésticas. En la práctica, esta selección de los animales más aptos se viabiliza a través del avance de los conocimientos sobre las necesidades nutricionales de las aves, de su sanidad y de la mejor forma de crianza. Esto es lo que posibilita que un animal diferenciado exprese todo su potencial genético.
Hice un pequeño experimento para demostrar lo anteriormente indicado. Agarré 10 pollos de un día de edad (los mismos que van a las granjas de engorde) y 10 pollitos criollos. Comencé a alimentarlos con un poco de maíz, granos de cebada y de vez en cuando sobras del almuerzo, de la misma forma como se crían los pollos criollos. El resultado fue claro: a los dos meses pude constatar que los pollos de granja tenían más de dos kilos de peso, mientras los criollos pesaban no más de 300 gramos.
Prueba suficiente para respaldar lo anteriormente dicho: “Los pollos de granja no tienen hormonas”.
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