martes, 24 de julio de 2012

Proteger la vicuña contribuye no sólo a preservar la biodiversidad andina sino también a recuperar las prácticas tradicionales sudamericanas.

La Pacha Mama lo va a agradecer y es que las poblaciones de vicuña, su ganado tradicional, se recuperaron. Mientras que a mediados del siglo pasado estuvo en peligro de extinción y se contaban menos de 10 mil ejemplares en toda la región andina, hoy habitan en nuestro territorio nacional (Argentina) más de 76 mil.

La recuperación de este animal autóctono comenzó en 1979 con la firma del Convenio por la Conservación y Manejo de la Vicuña entre Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador. Desde entonces los cinco países, que concentran el total de la población mundial de vicuñas, unieron esfuerzos para combatir la caza furtiva y el tráfico ilegal de productos derivados de esta especie.

Pero es una historia de larga data. Antes de la llegada de los españoles se estima que la población de vicuñas en la región andina era de aproximadamente un millón de ejemplares.

“Uno de los impactos ambientales de la conquista de América fue la caza indiscriminada de las vicuñas para exportar los cueros al mercado textil europeo”, explica Bibiana Vilá, investigadora independiente del CONICET en la Universidad Nacional de Luján (UNLu) y bióloga especialista en ecología, conservación y uso sostenible de las vicuñas silvestres.

Según Vilá esta práctica se prolongó hasta la década de 1960, cuando la población mundial se redujo a menos de 10 mil individuos. “El número de animales era lo suficientemente bajo como para que la especie estuviera casi en riesgo de extinción, entonces comenzaron las políticas conservacionistas en los países del cordón andino”, agregó la investigadora.

El valor de la vicuña es doble. Por un lado, su fibra es la segunda más cara del planeta después del Antílope Tibetano o Chiru, que se encuentra actualmente en peligro de extinción según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por su sigla en inglés).

Pero además preservar hoy la vicuña es proteger no sólo su valor biológico sino también el cultural e histórico que tiene para las comunidades andinas. Desde tiempos precolombinos los pueblos originarios del altiplano aprovecharon su fibra sin dañar el animal a través de la técnica de captura para esquila llamada chaku.

CON PERMISO DE LA PACHA MAMA

Hugo Yacobaccio, zooarqueólogo e investigador principal del CONICET en el Instituto de Arqueología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), afirma que “los primeros registros que existe del chaku son descripciones hechas por los españoles hace aproximadamente 1.500 años, durante la época del Imperio Inca”.

El chaku es una práctica ritual, ceremonial y productiva que se realiza para esquilar a las vicuñas. Según Yacobaccio, en la concepción cosmológica de las comunidades andinas las vicuñas pertenecen a Pacha Mama y por medio de la ceremonia se le pide permiso para poder utilizarlas, tanto en el presente como en el futuro.

Antiguamente los chakus eran presididos por el propio Inca y sólo él y su familia tenían permiso de usar vestimentas confeccionadas con esa fibra. Hoy esa costumbre imperial se reinventa y un conjunto de investigadores y pobladores dirigen el ritual. La práctica de obtención de la fibra mantiene su componente ceremonial y se incorporan el bienestar de los animales y la investigación científica.

La ceremonia se inicia con la reunión de todos los participantes. “Actualmente el chaku concentra hasta 80 personas, pero durante el imperio inca participaban hasta miles de personas”, explica el investigador. Luego todos se unen en semicírculo tomando una soga con cintas de colores y arrean lentamente la tropa de vicuñas adultas, guiándolas hacia un embudo que desemboca finalmente en el corral.

El momento propio de la esquila se realiza de acuerdo a lo que Yacobaccio caracterizó como “protocolos de bienestar animal”. Una vez que las vicuñas están acorraladas, “se las manipula con sumo cuidado y para disminuir el estrés se les cubren los ojos durante la esquila”, explica el antropólogo.

En tiempos incaicos el chaku se realizaba cada cuatro años y era una práctica regular cíclica. Actualmente el ritual se hace todos los años en las comunidades de la región andina pero como explica el investigador, “no se esquilan las mismas vicuñas todos los años, sino que van rotando las zonas de captura, para permitir que los animales renueven la fibra”.

Este material, la segunda fibra más cara del mundo, cotiza en el mercado textil entre 300 y 500 dólares el kilo. Yacobaccio agrega que si bien durante el imperio inca la fibra era utilizada para confeccionar prendas para uso del emperador y su familia, hoy raramente se hacen artesanías de vicuña.

“Actualmente las comunidades venden esa fibra a acopiadores textiles y obtienen un ingreso que complementa su actividad económica principal, el pastoreo de llamas y ovejas”, concluye el investigador.

Una vez que se esquilan todas las vicuñas y se obtiene la fibra, el ritual finaliza con la liberación de los animales. La práctica del chaku retribuye a la Pacha Mama su ganado, preservando la especie, la cultura y el potencial económico de las comunidades andinas.

La doctora Bibiana Vilá presentó recientemente su libro Camélidos sudamericanos (Eudeba) en el Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

ARGENPRESS.info

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